Tejiendo entre lo urbano y lo rural.

Texto de
 María Andrés Azcoíta
Este domingo, 31 de marzo, se materializó en una gran manifestación “la revuelta de la España vaciada”, esa gran parte de la extensión de nuestro país que alberga cada vez a menos gente, pero que, al tiempo, es vital y necesaria para que funcionen esos monstruos urbanitas llamados ciudades.
No solo hablamos ya de pueblos, hablamos también de capitales como Soria, Teruel, Cuenca… ¿Cuál es el denominador común de toda esta realidad? Son lugares no industrializados, que se dedican al sector servicios, al sector primario, al sector cuidados; volvemos a ser esclavas del modelo capitalista que, una vez más, vuelve a invisibilizar, intencionadamente,  la importancia de nuestra procedencia y de nuestras necesidades vitales básicas.
Estamos en un momento en el que este debate es muy importante, pues de unos años a esta parte, más bien desde que el capital se impuso sobre nuestras necesidades, ya no hay una conexión entre todos estos lugares y la gran ciudad; tenemos sobre la mesa las primeras generaciones que han nacido en el entorno urbano y que no tienen raíces en el medio rural (recordemos que no solo hablamos de pequeñas poblaciones…)
Para integrar varias luchas, como son la defensa de la tierra y la lucha contra el cambio climático, necesitamos hablar de lo mismo aunque en algunos casos desde diferentes perspectivas,  para ello es necesario hablar mucho, escucharnos y entendernos.


Quizá desde un entorno urbano, es difícil comprender cómo se mantiene cierta paz social en los medios rurales, cómo puedes llegar a apreciar y a querer a alguien a quien si hubieses conocido en otro entorno, ni siquiera  hablarías, porque no tiene tus mismos valores, porque caza, porque es de Vox, etc. Siempre he defendido que un pueblo es un reflejo de la sociedad a pequeña escala, donde además los problemas y las soluciones tienen cara y donde es posible irrumpir en un pleno municipal y generar debates, debates de verdad, discusiones reales con cambios reales, desde la gente y con la gente. Esa misma gente a la que al día siguiente le vas a comprar el pan, aunque hayas estado discutiendo, o incluso esa misma gente con la que te vas a ir a casa a dormir sabiendo que tú eres antiespecista y él cazador empedernido. Cuanto más grande es el lugar donde vivimos, a nivel poblacional, más tendemos a juntarnos con nuestros iguales y construimos desde ahí. A las instituciones llevamos alegaciones en forma de escritos, hacemos concentraciones en la puerta de las administraciones, pero no nos enfrentamos de la misma manera que se hace en los pueblos.
No es lo mismo el medio rural que el urbano, no es lo mismo y eso es bueno.
La mayoría de los pueblos de España, han sufrido durante muchos años el fenómeno de la migración, de la fuga de cerebros, que ahora atónitas, observamos también con la gente joven de nuestro país que busca un futuro mejor migrando de nuestras grandes capitales al extranjero. Todo el esfuerzo que eso supone, desde el punto de vista educacional, laboral, creativo, se deja perder, debido al desarrollo de políticas que seccionan lo productivo de lo reproductivo.
Con el simple hecho de poder mantener en los entornos rurales la misma cantidad de población de hace 30 años (mejor aún si fuera la población que existía antes del éxodo rural), estaríamos hablando de un panorama totalmente diferente; las zonas rurales pobladas, con los avances tecnológicos actuales y con capacidad y soberanía para decidir su futuro, albergarían ciudadanas y ciudadanos mucho más libres que en los entornos urbanos. La materia prima está en el medio rural, la capacidad asociativa y de trabajo en red ha sido siempre necesarias en el medio rural. Un mayor desarrollo de las comarcas de otra manera estaría asegurado, porque sus gentes exigirían unos servicios mínimos, acceso a actividades culturales y de ocio cercanas a sus pueblos, etc.
Fue con éxodo rural que empezaron los movimientos asociativos de vecinas y vecinos de los barrios obreros de los extrarradios de las ciudades. Las primeras cooperativas de crédito las crearon los agricultores y agricultoras y ellos han luchado por mantenerlas.
Si volvemos a la realidad actual, el párrafo anterior se resume  como recuerdo de “abuela cebolleta”, porque es fácil que este tren ya lo hayamos perdido, o al menos, la parada que hacía todo esto tan sencillo, se nos ha escapado…
Hemos de intentar que no nos ocurra lo mismo con la siguiente estación. Aún estamos a tiempo de reconducir esa desconexión medio rural-medio urbano, de reconciliarnos con nuestro entorno y con nuestras raíces. Tenemos que buscar la forma de articular las necesidades del medio rural desde la responsabilidad de las ciudades, entendiendo que cada vez son menos las guardianas y guardianes del territorio que, con una gran sensibilidad, apego y activismo, hacen un trabajo gratuito para el mundo.
El medio rural ha pasado a convertirse en un espacio bastante hostil, tanto para la gente que quiere retornar a sus raíces, como para quien simplemente quiere desarrollar una actividad en un pueblo y reintroducir valores que en la sociedad rural actual también se van perdiendo. Muy ligado a mantener una compostura que no estropee la paz social, cada vez son menos personas viviendo en medio rural, cada vez es más complicado ser políticamente correctas sin renunciar a nuestros valores, necesidades, inquietudes o, directamente, salir corriendo. Por esta razón muchos entornos rurales han quedado “gobernados” por modelos caciquiles que imponen lo que les es marcado desde arriba y donde su máxima aspiración es traer a los pueblos fábricas que hagan que haya empleo, poco y  a cualquier precio. El futuro del medio rural, pasa por la incorporación de savia nueva a los pueblos, facilitar ese proceso desde el punto de vista social, además del institucional y burocrático, también es urgente de resolver.
Los primeros pasos en esta lucha para cambiar el sistema, están también ligados a que los movimientos sociales de las grandes ciudades prioricen medidas para la mejora, cuidado y reconocimiento del medio rural, de la tierra que es el oxígeno, el pulmón de las grandes ciudades, el lugar donde se cultiva el alimento de la mano de las campesinas y los campesinos, el lugar donde nace el agua, sin la cual no podríamos vivir.
Es fantástico que exista un movimiento de lucha contra el cambio climático, ¡por fin!, y que además surja de las más jóvenes, pero eso no solo consiste en hacer nuevas propuestas, formas, fórmulas, lo que hay que hacer es aterrizarlo en medidas concretas que nos permitan actuar desde lo local y lo cotidiano; eso pasa por luchar por la defensa de la tierra, la defensa de nuestro medio rural desde el medio urbano, pasa por la soberanía alimentaria, donde cada pueblo defina sus políticas agrarias, su modelo alimentario, pasa por apostar por una producción local, justa y sana, que mantenga firme la red que nos conecta con nuestros orígenes. De este modo, se generarían cambios automáticos en nuestros modos de vida y consumo, que nos harían más felices al tiempo que serían generadoras y generadores de estabilidad en nuestro medio rural.
Las posibilidades y necesidades de cambios son múltiples. Por ejemplo, romper las barreras legislativas que imposibilitan el desarrollo de pequeños obradores para transformar alimentos, del mismo modo que las fiscales: impuestos, acceso a la vivienda y acceso a la tierra. Si bien no se flexibilizan medidas fiscales para vivir y dirigir  pequeños negocios en el medio rural, se ha de exigir otro tipo de medidas fiscales para aquellas que mantienen casas cerradas, contaminan, centralizan y no generan economía local más allá de algunos puestos de trabajo precarios.
Pero para ello, por ejemplo, hemos de dejar de ser tan escrupulosas y desconfiadas en materia de seguridad alimentaria, más plástico no implica más seguro, la seguridad alimentaria la debe de asegurar el proceso productivo y ahí está la lucha, no en que se haga plástico vegetal para seguir en el mismo modelo. Lo mismo nos pasa en el sector del textil. Todas estas luchas han de venir coordinadas con nuestro medio rural y no conformarnos con comprar en el decathlon ropa de origen de lana merina de ovejas criadas en sudáfrica . Y también tenemos que abrir necesarios puentes de diálogo entre los movimientos antiespecistas y la ganadería extensiva.
Violeta, ganadera en red. fotografía recogida de aquí.
Si conseguimos avanzar por este camino, el resto vendrá solo, porque habremos defendido nuestras raíces, habremos dignificado los oficios del campo, habremos entendido que hay un hilo que nos conecta a todas y todos y que es nuestra responsabilidad mantenerlo y cederlo en buenas condiciones a las futuras generaciones.
Si no somos capaces de entender este momento, perderemos la siguiente parada de tren, que aunque no nos lo pone tan fácil como la estación anterior, que ya perdimos hace unos años, todavía nos genera un halo de esperanza. Si la perdemos, el futuro se irá complicando aún más.

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